viernes, 13 de mayo de 2011

Ull per ull i el món acabarà cec


El sonido de la guitarra me producía una sensación encantadora. Sus dedos se movían de un lado a otro, deslizándose por las cuerdas, a veces lentamente, a ratos con más ritmo.
Quería cerrar los ojos para concentrarme en la música pero su rostro hacía que permaneciese mirándolo.
Era increíble la pasión con la que tocaba, y era divertido como fruncía el ceño o sacaba la lengua.
Al principio estaba un poco tensa, pues nadie me había tocado nunca ningún instrumento. Otros que debieron ser más importantes no lo hicieron. Y, en cambio, él que no tendría que ser importante, que tendría que ser solo una simple distracción y no tenerlo en cuenta… Me enamoraba con sus palabras, con sus bromas, con sus juegos, con sus canciones…
En ese instante, sentados en la cama, él con la guitarra y yo delante, muy cerca. Algunos tímidos rayos de sol se colaban por los agujeros de la persiana. Las paredes azul celeste y el suelo enmoquetado hacían de la habitación un lugar acogedor.
Tocaba, tocaba y cantaba bajito, para que no pudiera oírlo, aunque él sabía que sí lo oía.
Cantaba una canción detrás de otra. Al principio estaba nervioso y sólo miraba la guitarra. Pero entonces, cantando una canción preciosa –cuyo nombre no recuerdo-, me miró. Y me perdí en su mirada. Me perdí en un mundo donde solo existía la música y él. Él y su música, y sus intensos ojos marrones. 

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